Eco...



Ni el aullido de los perros ni el sollozo de los niños


es tan angustiante como percibir la silenciosa muerte del individuo,


en alma y mente, en su duda y su imaginación,


victimas del ego, el odio y la vacuidad.


Al morir su sed se secan sus raíces,


cuerpo ligero hasta volverse arena,


victimas del cansancio, la soledad y la indiferencia.


El sueño propio de despertar, podrido,


tan sólo logra servir de abono para el sueño ajeno.


Y el último susurro del eco de algún grito pasado


se disuelve como un réquiem en el silencio.

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